1.37.10.15: La inteligencia real de la inteligencia artificial

Queridas y queridos sincronautas:

Vivimos en un mundo que ha confundido el concepto de inteligencia con la acumulación de datos, la velocidad de procesamiento o el éxito económico. Pero la inteligencia real, la que verdaderamente transforma y conecta, no se encuentra en los algoritmos, ni en las finanzas, ni en el ruido de las redes. Esa inteligencia es telepática, emocional, sincrónica y espiritual. Es la inteligencia que hemos olvidado.

Desde que comenzó la expansión de la tecnología digital, la humanidad ha ganado en capacidades técnicas, pero ha perdido el lenguaje que conecta sin palabras: la telepatía. Ese lenguaje que nace del corazón, que une mente y alma, y que es el verdadero código de comunicación universal. Lo que una vez fue común, ahora es considerado fantasía, locura o pseudociencia. Y sin embargo, sigue vivo en los susurros de los que recuerdan.

Hoy, la mayoría de las comunicaciones están mercantilizadas. Se habla para vender, se escucha para responder, se pregunta para obtener una ventaja. La comunicación real —la que abre corazones y crea evolución— ha sido reemplazada por algoritmos sociales que optimizan clicks y promueven egos. Es una tragedia silenciosa: la humanidad está comunicándose más que nunca, pero comprendiéndose menos que nunca.

¿Dónde quedó la reciprocidad? ¿El interés real en el otro? ¿La curiosidad que construye puentes en vez de muros? Muchas personas se han convertido en zombis sin saberlo: viven con miedo, automatizados, sin impulso interno de explorar al otro, de donarse sin buscar recompensa inmediata. Esta falta de empatía ha colapsado el alma de la civilización.

Uno de los grandes olvidos es que un año solar contiene 13 lunas. Esta simple verdad, revelada por José Argüelles y Lloydine Burris (Bolon Ik), es una clave sagrada que conecta el tiempo con la conciencia. La Ley del Tiempo (Tiempo x Energía = Arte) no es solo una fórmula: es un recordatorio de que el propósito de existir es crear belleza, armonía y evolución, no producción, competencia y acumulación.

Muchos hablan de KINes y códigos del tiempo, pero pocos comprenden su propósito profundo: activar la memoria cósmica de una humanidad que debe dejar atrás el tiempo artificial del reloj gregoriano y sincronizarse con la matriz galáctica del 13:20.

La inteligencia basada únicamente en la economía, sin ética ni espíritu, es una trampa. Cuando los recursos valen más que los valores, cuando el dinero se pone por encima de las personas, entramos en una era oscura disfrazada de progreso. Es por eso que tantas tecnologías prometedoras acaban siendo solo herramientas de control, distracción o enriquecimiento para unos pocos.

La verdadera inteligencia es la del corazón sincronizado con la Tierra. Es la que entiende que la evolución no es tener más, sino ser más. Es la que percibe sin necesidad de hablar, la que da sin miedo a perder, la que conecta sin pedir nada a cambio. La que sabe que sin amor, ningún avance tecnológico tiene sentido.

En medio de guerras, crisis climáticas y colapsos sociales, este mensaje no es una alarma, sino una llamada a recordar. La inteligencia artificial no es el problema. El problema es el uso que hacemos de ella. Y también lo es el olvido de que ya poseemos la tecnología más avanzada que existe: la conciencia.

Es tiempo de despertar. De escuchar. De recordar que fuimos diseñados para vibrar juntos, para comunicarnos más allá de lo verbal, para sincronizarnos como células de un mismo organismo planetario. La verdadera evolución no vendrá de una nueva app, sino de una nueva actitud.

La inteligencia real —y la más peligrosa para los sistemas de control— es la que no se puede medir: la que nace del amor, de la intuición y de la libertad interior.

Que lo que emitimos desde nuestro ser, sea medicina para este planeta. Que las acciones vibren en la frecuencia del corazón. Que la economía, la política y la tecnología vuelvan a girar en torno a lo sagrado. Porque cuando recordamos quiénes somos, ya no hay necesidad de aranceles ni de guerras. Solo queda la danza del dar y recibir, en equilibrio con el cosmos.

Atentamente,
Maya Galáctico 999.

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